Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia.
José Saramago.
Indudablemente la aparición del COVID-19 ha precipitado el resurgimiento de viejas heridas que alimentan la llamada brecha generacional a modo de histórico distanciamiento que continúa alimentando las más variadas polémicas, quizá, hoy fortalecidas por las actuales circunstancias y las reflexiones surgidas en cuanto al futuro de la humanidad; un futuro encarado desde la inmediatez personal y ante la merma de las oportunidades a raíz de las limitaciones impuestas por la pandemia. En consecuencia, resurgen añejos criterios para legar la responsabilidad sobre determinada generación, en su defecto, intentar anular a las generaciones anteriores bajo el sofoco producido por el avance tecnológico, sin detenerse a pensar que él no es simple casualidad o simple azar, sino la resultante de una acuciosa suma de logros y realizaciones.
Lamentablemente el etiquetar dentro de la evolución de la humanidad se ha constituido en una forma de anticuario para construir el gran museo de la historia universal y simplemente admirar a partir de la inamovilidad dialéctica de los acontecimientos; especie de trofeos a mostrar en medio de una puja por adueñarse de los patrimonios culturales. Pero al mismo tiempo elaborar el más suntuoso casillero para ir ‘acomodando’ los elementos representativos a convertirse en una práctica de exclusión/inclusión muy ligada a los discursos del poder económico. Ante esta situación impera la necesidad de la etiqueta de ‘patrimonio de la humanidad’ para tratar de minimizar los efectos limitantes de las fronteras físico-geográficas y reconocer el influjo de un sustrato cultural dentro del colectivo.
Ahora bien, el etiquetamiento trae consigo, además de la formalización de espacios diferenciadores, la manufactura de argumentaciones que hacen posible el sostenerse en espacios enunciativos para su consiguiente posicionamiento en determinadas circunstancias de la vida, a través de las cuales es posible obtener valiosa información al momento de indagar alrededor de un acontecimiento. Constituyendo un recurso de suma importancia para los investigadores, al permitir las etiquetas hacer una catalogación determinada por diferentes variables, un gran fichero bibliohemerográfico contentivo de una imprescindible información a través del cual han girado los intentos por comprender ‘el mundo’.
En todo caso, asumida la etiqueta dentro de un proceso enunciativo, es menester indicar que nunca ella debe indicar sesgos o estancos para promover rupturas o brechas generacionales; de hacerlo, estamos incurriendo en un peligroso ejercicio de valoración profundamente divisionista que atenta contra los principios de la contigüidad referencial a manera de presente interpretativo, entendido éste como la oportunidad de interaccionar a partir de un pasado no considerado tradición inamovible, sino memoria a reactualizarse con el paso del tiempo y evolución de las sociedades. De no considerarse de esta forma, la tradición pasaría a constituirse en una tiranía de las generaciones predecesoras y justificar las rebeliones, cuestionamientos, admoniciones y rupturas. Por las anteriores consideraciones, en momentos parece improbable la brecha generacional, y de existir, la educación debería ser llamada a rendir cuentas al respecto.
Precisamente en medio de la pandemia ocasionada por el COVID-19, a cada momento desbordan los espacios significantes a través de etiquetas que pudieran en algún momento perecer en los intentos por consolidarse, o responden a una necesidad de constituir especificidades con respecto a una circunstancialidad enunciativa, pero lo cierto es que coexisten a manera de elementos significantes. Por ello quiero centrar la atención en dos denominaciones que circulan por diferentes medios de divulgación informativa, como son: generación de cristal y juventud implicada. Dos contraplanos para categorizar actitudes, conductas y posicionamientos frente a una realidad por demás exigente de recursos innovadores para poder ofrecer alternativas de significación a convertirse en acción verdaderamente reivindicativa del sujeto y las sociedades.
Con respecto a la generación de cristal (término acuñado en 2012 por la filósofa española Monserrat Nebrera), existen diversas posturas que no voy a considerar al detalle por las características e intenciones del texto, pero sí destacar la más resaltada al momento de referirse a ella bajo los atributos de fragilidad, poca tolerancia, de constante reclamo, no comprometida, producto de hogares donde los padres por medio de una conducta reparatoria se han esforzado en darles las mejores condiciones de vida. Mientras que la generación implicada es un término quizá menos expandido, pero ya su uso comienza a destacar a través de los portales digitales de Amnistía Internacional (15 octubre 2020) para categorizar a los jóvenes dispuestos a sobreponerse a las limitaciones provenientes de la desinformación ocasionada por los adultos y el desconocimiento de sus derechos para su integración plena a los espacios sociales y el ‘protagonismo histórico’.
Bajo estas etiquetas queda sugerida la clásica fractura generacional devenida de diferentes puntos de vista o argumentaciones, pero que indudablemente siguen alegorizadas por las sempiternas categorizaciones de utilidad social, tal cual ha sucedido con la antagonización de juventud y vejez, considerada esta última desde el punto de vista de la inutilidad y hasta de carga social ante la situación económica de muchos países. De esta manera la etiqueta de la jubilación implica un desplazamiento hacia la periferia de los grandes centros de producción económica; aun cuando es imprescindible reafirmar la presencia de este sector en los espacios de interacción a través de su integración a las redes sociales.
Lo más cierto es que siguen circulando etiquetas para integrar o excluir, a la final, para crear brechas a todas luces innecesarias e inoperantes al momento de enfocar los procesos sociohistóricos como un continuum sin posibilidad a ser desarticulado en abstracciones o seccionamientos para establecer periodizaciones e intentar cortar a tajos una cadena significante indispensable al momento de establecer aproximaciones argumentales de sólidas bases y connotadas proyecciones. Ilógicamente seguimos escuchando expresiones sobre un pasado acrisolado por visiones paradisiacas para cuestionar presentes y avizorar futuros apocalípticos. Así, es recurrente la aseveración “Todo tiempo pasado fue mejor” para en nombre de una falsa nostalgia querer congelar en el tiempo una época y desarticularla de un presente.
Por lo que es necesario recordar al escritor español Francisco de Quevedo para replicarla de la siguiente manera: “Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el futuro sin conocerlo”. De allí que, las apuestas deberían estar sobre un futuro provisor de oportunidades de resarcimiento y enmienda, más aún, en tiempos pospandémicos
No es tiempo de seguir etiquetando el futuro bajo concepciones ensordecedoramente apocalípticas o determinarlo en función de la negación del pasado, en un afán de eclipsar los aportes generacionales con la espectacularidad de la tecnología, por ejemplo. Porque las bases de todo lo existente hoy están en un pasado como la gran columna vertebral para situar la esencia de la humanidad. Quizá el llamado presente semiótico nos ayude a comprender la evolución de una cadena significante convertida en causalidad histórica. Al significar este presente semiótico, el instante en el cual se producen las relaciones de significación en un momento dado y bajo condiciones de interpretación determinadas.
Inaudito entonces pensar que en tiempos de pospandémicos la profundización de brechas generacionales, etiquetando para estancar una rica y productiva evolución en discusiones estériles que responden más a una sociedad del espectáculo caracterizada por la instantaneidad, puedan arrojar algún resultado positivo para imponerse ante las circunstancias o prepararse realmente para los escenarios pospandémicos. Simplemente es una peligrosa distracción para acrecentar las angustias e incertidumbres, seguir zozobrando en un tumultuoso mar donde la ceguera de los egos no permite ver más allá de la inmediatez sociohistórica. En fin, se trata de remar todos hacia la misma dirección para alcanzar objetivos comunes; de lo contrario, seguiremos extraviados siguiendo los cantos de sirena de las sociedades del espectáculo, morando a la intemperie de la historia desasistida de los más elementales principios afectivo-subjetivos que contienen la verdadera bitácora de viaje representada por un continuum generacional más allá de las simples cronologías, límites, fronteras y susceptibilidades. El punto de encuentro para cuando amaine la tormenta y vuelvan los momentos de verdadero encuentro y tránsitos por caminos comunes.
https://ciudadanodigital.com.ve/publicacion.php?cod_publicacion=1018