…Los hombres insignificantes luchan continuamente por llamar la atención. Los
realmente importantes intentan pasar desapercibidos…
Voltaire…
Alrededor de la obra de Rafael Cadenas, confluye un hombre alejado de toda notoriedad, más bien, discreto, silencioso, consciente de la trascendencia de la palabra como instrumento para nombrar los misterios esenciales del mundo, en las infinitas posibilidades de traspasar límites para encontrar el éxtasis significante de la cotidianidad. Vencer a través del verbo encarnado entre verso y prosa, las odiosas separaciones académicas de la palabra hecha fragor íntimo, esencia del espíritu para surcar espacios y superar limitaciones, demostrar la hibridez de los textos enraizados en una mirada única y singular para nombrar “lo que no tiene nombre”. En palabras de Cadenas: “Soy/apenas/un hombre que trata de respirar/por los poros del lenguaje./Un estigma, a veces un intruso,/en todo caso alguien fuera de papel”.
Toda su obra es un entretejido polisémico para dar cadencia sincrética al hombre en la eterna búsqueda de sí mismo, bajo los acordes de una lectura del mundo por medio de la trepidante fuerza de la metáfora. Esa fuerza que en su escritura: “sobrevienen las que están enraizadas en una verdadera identidad”, pues para él, escribir: “sólo puede ser hoy defender los fueros de la vida, amenazados por el hombre. Se trata de una urgencia; pero según muchos poetas modernos, es de mal arte decir, decir algo”. A más de ocultar es nombrar para revelar lo habitual en la más diáfana cotidianidad.
Así, el poema es la más autonómica forma de expresión, la conjunción de tantas voces, miradas y manos reunidas en torno a lo inimaginable, hasta que crea sus propios universos simbólicos sin el abuso de las estridencias retóricas o los afanes ocultistas. Todo lo contrario, el poema habita en la sencillez de la palabra: “Ocurre que después del laborioso forcejear/el poema/está donde menos se esperaba,/donde nadie lo buscó,/donde no se ve,/en el rincón más apagado”. Es la mágica unción de lo maravilloso, la oportunidad ideal para dar vida y no pertenecer a nadie en particular, sino a la universalidad del sentimiento revelada en un instante de refulgencia significante: “Vino a dar ahí/burlando al que escribía, al lector, a la página./Se deslizó hasta ese lugar/donde de pronto es descubierto”.
Bajo esta concepción estética, Rafael Cadenas opta por la libertad del espíritu transida en la volatilidad de la palabra, alejada de las escuelas y los ‘itmos’ castrantes que conforman las eternas torres de marfil para resguardar una hipotética pureza estética, que sencillamente, alientan la vanidad, los egos y la exclusión en odiosas taxonomías representadas por los sesgos y las rupturas. En contraposición, Cadenas hurga en el arte a modo de ofrenda; celebra en él la conjunción de los enunciantes, los textos y contextos para convocar la pluralidad alentada por el politeísmo poético: “La poesía moderna también tiene reglas; sus guardianes forman una especie de academia rígida. Como árbitros deciden qué es poesía y qué no lo es. Poesía, por supuesto, es la que a ellos les gusta. El espectro de la poesía es muy ancho; pero ellos eligen una franja y decretan que las otras no existen. Son monoteístas”.
El poema para Cadenas surge de la consciencia del hombre hecha verbo, un acto de autenticidad y redescubrimiento a medida que fluye la armonía del reencuentro de quien escribe y el acontecimiento a revelarse por medio de la palabra hecha trascendencia e infinitud. Una escritura plural para procurar el placer estésico, el estremecimiento para sacudir voluntades y conciencias. De esta manera: “Que cada palabra lleve lo que dice./Que sea como un temblor que la sostiene./Que se mantenga como un latido./Quiero exactitudes aterradoras./Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me posee tanto como yo a ellas”.
En este sentido, escribir es poseer y ser poseído en un acto de la cotidianidad, donde el poeta es el mediador entre lo aparente y lo revelado para indicar horizontes de la significación más allá de lo estrictamente literal-lingüístico, escondido en los concurrentes predios de las construcciones imaginales a convertirse en espejismos de la realidad para revelar certezas e incertidumbres. Indudablemente, es la figuración ontológica, que para Rafael Cadenas tiene una influencia determinante en la creación poética: “El mundo está en un borde. Se necesitan palabras que golpeen, no necesariamente con estridencia. Pueden ser calladas; dejan una herida más profunda”.
De allí que, la obra de Rafael Cadenas representa un silencio ensordecedor para develar el mundo configurado por múltiples y sincréticas aristas, un complejo rompecabezas a ser armado sin patrón definido, sino más bien, alentado por la imprevisibilidad contenida en la resignificación de lo establecido, tal es el caso de la noción de lo divino, al sacarla de lo inalcanzable y acercarla a las manos del poeta como materia maleable, principio y fin de las miradas sosegadas por el don de la creación, los pequeños dioses que habitan los planos terrenales y son capaces de crear desde las magias y maravillas del misterio: “Trascender no es tender las manos hacia un dios que habita fuera de la realidad sensible, “sino un ir al encuentro de lo divino dentro de este mundo” (Ludwig Schajowicz, Mito y existencia). Lo divino quizá sea ese mismo mundo tal cual, pero después de ser dejado solo en su esplendor. Antes, sin embargo, habría que sentir el misterio”.
Entonces, las certezas no están fuera del alcance del poeta, forman parte de su devenir histórico y patémico, son el camino a recorrer a través de la impostación de la palabra en las más duras y áridas superficies representadas por la materialidad y doctrinas que hacen extraviarse en los laberintos de las sociedades del espectáculo. A esas certezas ocurre Rafael Cadenas para ser escucha de su viaje por las territorialidades de la palabra, en la siembra del verbo encantado y su florecimiento en trascendencia simbólica,
El poeta es escucha de sus propios pasos, desarrolla la capacidad de escucharse en los murmullos de la cotidianidad y el forjamiento de nuevos espacios, al reconocerse y ser reconocido a manera de portavoz de la palabra trascendente en un mundo hostil y deshumanizado. Cadenas en su obra emprende un viaje sin destino alguno, pues su verbo creador es la conjunción de todos y de ninguno. Así, “El viaje/era un modo de oír./Yendo y viniendo/entre idiomas/la mano buscaba/segura/el trazo real/lejos de las ruinas/ de la época,/la sobria caligrafía/ que rebasa el lamento”.
Sobria caligrafía que más allá de los reconocimientos, es una ofrenda a las voces plurales de la poesía venezolana, entre ellas: José Antonio Ramos Sucre, Vicente Gerbasi, Eugenio Montejo y, tantas otras que horadan los muros de la historia para impostar: “Palabras como rasgones. Escritura inmediata, urgida, penetrante, pero sin “designio” claro. Letras en la incertidumbre, no belles-letres”. A más de oficio, es una necesidad, el ‘modus vivendis’ para sostenerse en la consciencia existencial de lo trascendente, la respuesta a las preguntas más ingentes del Ser: ¿Por qué escribo como lo hago? Es algo que se me impone, a lo que no debo ofrecer resistencia, contra lo que no debo luchar. Es mi habla”.
Rafael Cadenas ha edificado un monumental universo poético desde una muy particular habla terrenal, hoy, consumada en una prodigiosa obra que privilegia el lenguaje a modo de hermenéutica sensible para situar lo comprendido de una manera brillante y prodigiosa: “Hoy sólo se puede escribir con pudor, yendo contra la corriente de lo literario, desde la aliteratura; pues la literatura siempre se ha hecho como sobre el suelo, despegada, por encima del nivel natural”. De allí la lozanía perenne de la obra de Cadenas, cincelada bajo las manos de un verdadero orfebre de la palabra y la mirada de un humano-ser que ha sabido conjuntar lo disímil en las armonías y concordias de la creación literaria: “No hago diferencia entre vida, realidad, misterio, religión, ser, alma, poesía. Son palabras para designar lo indesignable. Lo poético es la vivencia de todo eso, el sentir lo que esas palabras tratan de decir”.
Rafael Cadenas es el poeta de la cotidianidad consustanciada en el lenguaje creador, de la vida hecha prosa a manera de conjugación perfecta del acto de vivir/escribir: “Soy prosa, vivo en la prosa, hablo prosa. La poesía está allí, no en otra parte. Lo que llamo prosa es el habla del vivir, que siempre está traspasado por el misterio”. La prosa tiene nombre, se llama Rafael Cadenas, la estrella que guía al momento de emprender viajes por los intrincados horizontes de interpretar realidades más allá del límite de la palabra, en los encuentros silentes donde los arrullos de la metáfora posibilitan un diálogo donde los interlocutores se confunden en los laberintos de la palabra, la cercanía evoca la calidez del compartir el texto en medio de una autoría plural, pues: “No soy lo que llevo/sino el recipiente./Lugar de la presencia,/lugar del vacío./Recibo, entrego,/preparo./¿Yo/o alguien/que no conozco?
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