A pesar de los pesares, como dice la conseja bolerística, en la academia aun persisten visiones apocalípticas como mecanismos de interpretación que parten de la negación o intentos por reemplazar todo lo hecho, sobre todo, en la evolución de la historia de las ideas, hasta llegar al colmo de arremeter sobre concepciones teóricas fundamentales como el Positivismo y, de esta forma desconocer el llamado continuo significante, esa larga e irrompible cadena a atar a la humanidad dentro de una universalidad fundante e imprescindible.
Esos intentos de ruptura los ha experimentado la escritura de la historia en Venezuela al ser sometida a orientaciones ideológicas radicales que excluyen personajes, hechos, acontecimientos, según conveniencias político-partidistas. Tal cual ha sucedido con la figura del general José Antonio Páez con la consiguiente negación de sus méritos militares y virtudes artísticas e, intentos por suplantar la fortaleza argumental de esta figura en el proceso independentista, específicamente su participación protagónica en la Batalla de Carabobo en 1821, por solo citar un ejemplo concreto.
Paradójicamente, las universidades no escapan a este peligroso juego de la inclusión/exclusión al momento de la administración de los contenidos programáticos de las diferentes áreas del conocimiento a ser administradas según los pensum de estudios. Allí nos encontramos con los sesgos del ‘docente ágrafo’ quien se limita a ser un simple puente entre el conocimiento y el alumno sin promover a reflexión alrededor del constructo teórico/práctico; generalmente seleccionado en función de enfoques personalistas u orientaciones académicas de interés para el docente.
A este ‘docente ágrafo’ lo escuchamos vociferar en los llamados congresos académicos sobre la inutilidad de la investigación, la abolición del pasado, la historia y las utopías para fundar sobre tierra arrasada “nuevos paradigmas del conocimiento”; esto es, hacer borrón y cuenta nueva bajo el intento de construir una casa sin cimientos, comenzando por el techo, pero sin bases que lo sostengan. Una especie de docente subversivo que a través de la negación de lo hecho pretende crear de la nada, promover un conocimiento desvinculado del devenir de la humanidad y sus implicaciones en todas las áreas y dimensiones del saber, obviamente, de los sistemas educativos en general.
En apariencia estos elementos desvinculantes, por demás segregadores, tienen el propósito de ir en contra del reciclaje a modo de rearticulación de lo hecho para apostar a su transformación y readecuación a renovados escenarios de influencia, tan cambiantes y dinámicos que no cesan en su transformación y redimensión, tal es el caso del avance tecnológico o los impactos de la pandemia del Covid-19 en la población mundial; escenario que permite hacer una revisión de los sistemas educativos bajo determinadas condiciones a ser constreñidas al nivel de desarrollo de los países y la ventaja que ello representa al momento de enfrentar los tiempos pospandémicos sin caer en demonizaciones o angelizaciones de la tecnología como ocurre en estos momentos con la Inteligencia Artificial (IA).
Por ejemplo, con respecto a la Inteligencia Artificial se vaticina la sustitución del sujeto ante las posibilidades de que ésta tome el control de la humanidad; mientras tanto, es una eficaz e imprescindible herramienta para hacer de la cotidianidad un amplio espectro de posibilidades de comunicación e interacción cargado de ventajas y desventajas en cuanto la dimensión subjetiva de la humanidad, pues al parecer, la tecnología apunta hacia la deshumanización, una recurrente dialéctica de la ciencia como arma de doble filo y las implicaciones de los discursos del poder en su usufructo en beneficio de las élites económicas, gubernamentales, intelectuales, etc. Entonces todo indica que la innovación tecnológica recurre en la conversión de un instrumento del poder y la dominación.
A la par de estas innegables circunstancias sociohistóricas, la digitalización del mundo requiere de una renovada alfabetización como garantía del equitativo desarrollo individual y colectivo donde los docentes ágrafos no tienen cabida, quienes carecen de las competencias básicas en lectura, escritura y demás mecanismos de interpretación. Quizá, son ellos quienes más insisten en la pérdida de la capacidad lectora de los estudiantes, cuando sus principios y procedimientos didácticos están reñidos con esta práctica. Esta paradoja nos lleva a reflexionar sobre las implicaciones s de tener docentes ágrafos en el sistema educativo y cómo esto conecta con visiones apocalípticas de la humanidad.
Además del ensanchamiento de las oportunidades tecnológicas y equitativas de los sistemas educativos, es imprescindible la figura del docente transformador para contrarrestar la agraficidad pedagógica representada por: la limitada capacidad para transmitir conocimientos, modelos educativos soportados más en el recaudo y cumplimiento de metas estadísticas que en un aprendizaje para la vida, la evaluación cuantitativa como fin último de los procesos educativos a estimular la memorización, repetición, hoy día, el tan utilizado corta y pega a manera de recurso institucionalizado para aprobar las asignaturas, bajo el beneplácito del docente que aprecia más la apariencia y volumen de los trabajos que la interpretación de los contenidos a partir de un pensamiento crítico-reflexivo.
Indudablemente, un docente ágrafo nunca podrá ser facilitador de un aprendizaje que involucre la comprensión de contenidos desde las relaciones intra e intersubjetivas, a partir de las cuales todos los involucrados en el acto educativo interaccionan alrededor de intereses comunes, soportados en la cotidianidad como principio rector para iniciar el viaje hacia la universalidad del conocimiento, establecer los puentes entre lo local, idiosincrático, con la cultura global sin perder la autenticidad de la cultura primordial.
Esta estrechez pedagógica del docente ágrafo sustenta modelos educativos deficientes, generalmente concebidos alrededor de instituciones públicas y sus mecanismos para el ingreso del personal reñido con la meritocracia, fallidas políticas de supervisión que hacen énfasis en el cumplimiento de contenidos programáticos sin reparar en los recursos, herramientas y procedimientos para su administración. Al mismo tiempo, esta estrechez pedagógica pasa a ser determinante en las dinámicas empáticas del alumno con lo aprendido, pues es una limitante para sentirse identificado desde una perspectiva dinámica y sucumbir ante una simple alcabala en su aparente formación académica ceñida esencialmente a lo cognoscente.
Además, la persistencia y permanencia de docentes ágrafos, agrava los índices de desigualdad, especialmente en el contraste entre educación pública y privada, por solo traer a colación una variable de las muchas que existen, hace más evidente las brechas para el acceso a una educación de calidad y limita las oportunidades profesionales de los egresados cuando deben ir al mercado de trabajo y, el prestigio de la institución formante tiene un importante peso porcentual, lo cual genera en todo caso una discriminación determinada por las necesidades del contratante público o privado.
Paradojalmente, quienes alientan los escenarios apocalípticos son los docentes ágrafos, cuando ellos son los representantes del ‘apocalipsis educativo’ a sacudir las sociedades actuales y su sujeción a diferentes circunstancias que exigen la dinamización de los sistemas educativos contestes a esas realidades. Esta visión apocalíptica no implica necesariamente un fin catastrófico, sino una profunda crisis en los fundamentos del desarrollo humano. Lo que exige una redimensión de la práctica pedagógica hacia un aprendizaje como filosofía de vida, aprender para la vida en la conjunción de lo cognoscente y lo sensible.
Dentro de esos aprendizajes para la vida, debe ser incluida la alfabetización digital, hacer del uso de la tecnología una práctica cotidiana, ya basta de enrostrarle al estudiante sobre los avances tecnológicos pero no ofrecerle las condiciones ni medios para que tenga acceso a ellos, en una absurda contradicción de los objetivos gubernamentales con respecto al campo educativo y la práctica de la equidad a modo de integración colectiva sin perder los intereses de cada integrante del proceso pedagógico sea cual sea su naturaleza, definición o aplicación específica en cuanto áreas del conocimiento.
La figura del docente ágrafo es un recordatorio de los desafíos que aún enfrentan los sistemas educativos en todo el mundo. Asegurando que todos los educadores hagan de la práctica pedagógica espacios para la reflexión y el aprendizaje para pensar, podría evitarse el apocalipsis educativo y garantizar un futuro próspero y equitativo para la humanidad. Las soluciones a este problema incluyen una mejor formación docente, políticas educativas inclusivas y un compromiso global para valorar y mejorar la alfabetización en todos los niveles de la sociedad. Solo así podremos construir una humanidad resiliente y preparada para los desafíos del futuro, alejándonos de cualquier visión apocalíptica que amenace el equitativo progreso de la humanidad.
En un mundo donde la información está al alcance de un clic, la capacidad de pensar críticamente debe convertirse en una competencia fundamental. La educación, más que un simple proceso de transmisión de conocimientos, debe enfocarse en enseñar a los estudiantes a reflexionar y aprender a pensar por sí mismos. Este enfoque no solo enriquece el proceso educativo, sino también, prepara a los individuos para enfrentar de manera efectiva los desafíos de la vida cotidiana y profesional.
El Paraíso, junio, 2024
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