El maestro que es sincero protegerá a los discípulos y les ayudará por todos los medios posibles a crecer hacia la verdadera clase de libertad; pero le será imposible hacer esto si él mismo está aferrado a una ideología, si es en alguna forma dogmático o egoísta
Jiddu Krishnamurti.
En esta oportunidad, intento repensar el tema de la educación como un espacio de la libertad y la realización, más allá de un simple mecanismo de socialización para adaptar a los individuos a determinadas sociedades, en las cuales, el interés económico hace de las posturas ideológicas, instrumentos para la sujeción de los individuos a parámetros específicamente consumistas, hoy determinados por una sociedad del espectáculo que corroe la esencia existencial para pretender crear autómatas inmersos en los espejismos de una felicidad caracterizada por la materialidad e instantaneidad.
Esta intención abre la posibilidad de plantear contraplanos argumentales a partir de la Ontosemiótica para intentar desmontar un complejo aparataje que apunta a sociedades eminentemente cognitivas, donde hasta las religiones se han convertido en espacios del extravío del sujeto frente a los discursos de poder, o a más decir, la politización de la palabra sagrada a manera de mecanismo de burocratización de la fe, desbancada de sus dimensiones espirituales para convertirse en mercancía subastada al mejor postor, aun adornadas por la suntuosidad de templos o la espectacularidad de las ceremonias, mientras buena parte de la población muere de mengua y cada vez tiene menos posibilidades de sobrevivir en escenarios alentados por la inequidad: social, política, económica, ideológica, cultural, religiosa.
En medio de esta instrumentación pedagógica de entretener al individuo para su dispersión ciudadana, la educación se ha convertido en una constante y permanente entrega de recaudos a engrosar las estadísticas de los objetivos logrados, número de graduados, sistematización de las visiones positivistas sobre un desarrollo científico reacio a convertirse en auténtica alternativa, pues la tecnología es la base estructural de la ampliación de su radio de acción y beneficios colectivos, lo que profundiza las brechas entre los países capacitados y los subcapacitados, estos últimos, como simples observadores de los prodigios de la ciencia sin tener acceso a ella, tal cual ocurre en estos momentos con la deificada Inteligencia Artificial y la implosión de un acolitado a hacerse cada vez más numeroso y devoto, muchos de oídas e impresionados por los vaticinios que no dejan de tener sus dosis de especulación.
La anterior observación es muy válida al momento de inferir una educación carente de una academia soportada por la investigación, con propuestas alentadoras de la participación de todos los agentes y espacios involucrados. Una academia que enseñe para la vida y no para el momento de la evaluación de contenidos programáticos, una academia fortalecida por el ejercicio docente plural y libertario a desplazar a los docentes ágrafos, quienes solo repiten una glosa estructuralmente cognitiva, aun en áreas relativas a las ciencias humanas, la literatura y las artes. Al ser impuestas por enfoques ‘científicos’ a convertirse en cartillas o recetarios aplicables a cualquier acontecimiento, circunstancia, obra, texto o autor.
En este sentido, la dimensión ideológica de la educación pasa a ser un mecanismo de regulación mediante las estructuras curriculares, objetivos, contenidos y actividades a desarrollar para alcanzar las propuestas gubernamentales, tan volátiles y cambiantes como los intereses político-partidistas a convertirse en mecanismos de supervivencia y garantía de triunfos electorales. Además de asegurar al Estado, la fuerza productiva a impulsar el sostenimiento de los grupos económicos que direccionan los destinos de las naciones y la humanidad en general.
De allí que, la academia esté constreñida al valor cognitivo y no a la formación integral de los participantes bajo una pedagogía de la sensibilidad, centrada en los sujetos educativos, conscientes de su formación, que parta de ellos mismos para ratificar el compromiso de un agente de cambio y transformación de contextos en función de los intereses comunitarios, de los espacios inmediatos, para luego lograr proyecciones hacia la universalidad a través de la dualidad de sentidos.
Postulados como los anteriores, harían del mundo un espacio mucho más habitable, amigable, supuesto en la equidad y tolerancia a modo de principios para el fortalecimiento de las relaciones interpersonales o colectivas, capaces de advertir las gríngolas ideológicas que los mismos sistemas educativos imponen a la gran mayoría para garantizar la hegemonía de las minorías. Hacer del mundo un no-lugar, para recordar los postulados del recientemente fallecido antropólogo francés Marc Augé, es promover políticas educativas formales, informales y no formales, para los trastocamientos de la identidad del sujeto en escenarios que apuntan hacia su no-reconocimiento en sí mismo, contextos primigenios o mundos primordiales; paradojalmente, la educación meramente cognitiva será uno de ellos.
Potencialmente, estas políticas educativas hacen de la academia un terrible sesgo para desestimar la dimensión subjetiva-patémica como vía de interpretación, pero al mismo tiempo, atenta contra la esencia existencial de la humanidad, ese rasgo distinto a crear los sincretismos a homologarse en la universalidad de la cultura, ese complejo rompecabezas a articularse como un todo que nunca podrá ser sometido a una uniformidad, tal cual pretenden las visiones globalistas/progresistas. De allí la predisposición de los sistemas educativos a estar al servicio de las ideologías dominantes, ellas son quienes controlan todo el espectro de formación para garantizar su hegemonía, consolidación y proyección en tiempos futuros.
En una relación completamente desproporcionada, lo académico forma parte de la conciencia de docentes e investigadores comprometidos con el quehacer educativo, quienes muchas veces deben luchar a brazo partido contra las políticas institucionales para lograr sus propósitos y cometidos; lo que los convierte en verdaderas excepciones heroicas frente a la vorágine ideológica. Más aún, en los países subcapacitados, donde la investigación es una prerrogativa de la educación universitaria, la verdadera dimensión para posicionar las instituciones de educación superior en los estándares de reconocimiento institucional a nivel mundial, situación a ser aprovechada por esa vorágine ideológica/política para promocionarse y permanecer en los espacios del poder.
Rara vez coincide el verdadero y real académico en cargos gubernamentales o de dirección de instituciones educativas, muchas razones influyen, comenzando por la falta de autonomía para desarrollar proyectos de interés colectivo que interpreten los reales valores epistemológicos de la investigación, docencia y extensión, los tres pilares fundamentales de la acción docente más allá de los predios institucionales, para hacer del acto educativo, una labor cotidiana en constante interrelación de lo cognitivo y lo subjetivo; la vida y el conocimiento fortalecidos en el sujeto educativo a forjarse en profunda correspondencia consigo mismo, el otro y los contextos circundantes en amalgama indisoluble con la universalidad homologantes.
Sobre lo anterior, queda advertido el riesgo de establecer parcelas localistas en función del conocimiento en aras de proteger principios identitarios frente a las amenazas foráneas bajo las consignas de intervención extranjera como excusa para justificar lo injustificable. Más aún, con la dinámica impuesta por los avances tecnológicos y las redes sociales en cuanto a la ampliación de las posibilidades de interacción en fracciones de segundo o, en cualquier lugar que cumpla con los requisitos mínimos de conectividad a la Internet. De esta forma estamos ante una gigantesca aula de clase interactiva, que demanda mayor preparación y conciencia de lo propio al momento de procesar la información sin que socave las bases identitarias. Para ello, se hace imprescindible una academia auténtica, capaz de presentar alternativas frente a las disyuntivas, abrir el diálogo constructivo y permitir al sincretismo ser la base del conocimiento incluyente y promotor de oportunidades de participación/formación.
No se trata de demonizar la dimensión ideológica o desmeritar su influencia en la historia de las ideas de la humanidad. al contrario, es proponer un balance entre ella y la academia a modo de alternativa ante la deshumanización del sujeto, su conversión en un inconsciente objeto consumista que va tras una felicidad encarnada por la perfección corporal, la adquisición de bienes materiales o el paraíso ofrecido por los nuevos dioses del olimpo comercial, tecnológico, religioso, deportivo, artístico. Esas burbujas que flotan en medio de una humanidad cada vez más indolente e intolerante, donde las respuestas bélicas e intimidatorias siguen siendo los únicos recursos válidos para ‘dialogar’. Quizá se trata de dotar al sujeto de recursos conceptuales/subjetivos para que cuando ingrese a los laberintos de la sociedad del espectáculo, pueda hallar la salida en función de sí mismo y en correspondencia con los demás.
En síntesis, un sujeto sin gríngolas ideológicas, será capaz de contemplar la vida desde otras perspectivas menos cosificantes y atributivas de privilegios para unos pocos, ante la conformidad de la mayoría, esa creciente masa espectador de las magias y maravillas de quienes se han hecho dueños de un mundo cada vez más absurdo y contradictorio.
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