Transición y la redención de los diplomáticos

Washington, DC (05/21/2024). La pericia diplomática de Edmundo González Urrutia se ha hecho evidente en su capacidad de aglutinar una variopinta cantidad de apoyos, incluso superando a los de la Mesa de la Unidad Democrática tradicional.

Aprobado por María Corina Machado, quien ha construido por años su imagen de liderazgo genuinamente antagónico, Edmundo también ha sido respaldado por organizaciones y figuras de «oposición» que han convalidado al régimen y ahora se arriman a él como un "caballo ganador".

Todas las mediciones de intención de voto y percepción en Venezuela apuntan a que Edmundo tiene una posibilidad histórica de iniciar una transición. No obstante, no es el primer diplomático en proponérselo.

El oriundo de La Victoria puede estar a las puertas de ejecutar lo que anteriormente otros, con destacada experiencia en las relaciones exteriores y en periodos de dictadura, intentaron liderar. La fatalidad los mantiene como episodios para aprender y tomar en consideración.

Cuando todo el apoyo no bastó

Uno de los más respetados servidores públicos de nuestra nación, Diógenes Escalante, fue representante en la predecesora de la ONU conocida como Sociedad de Naciones, y destacó en su rol de embajador en EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial.

Tácitamente, fue escogido para ser presidente de la transición entre las dictaduras militares y un régimen democrático pluripartidista.

Era abanderado del presidente Isaías Medina Angarita, con su partido democrático venezolano, y opositores encabezados por la Acción Democrática de Rómulo Betancourt.

Ya en su tercera edad, en 1945, volvió al país e hizo campaña para las presidenciales de 1946.

Su presidencia pudo ser el consenso ideal. El problema fue que solo dependía de él como única figura de equilibrio entre aquellas élites.

La fatalidad, encarnada en una enfermedad mental (que según las anécdotas hizo que viera sus pantalones salir volando por una ventana antes de una reunión con Angarita), evitó su cometido.

El 18 de octubre de aquel año, Acción Democrática y jefes en las Fuerzas Armadas, encabezados por Marcos Pérez Jiménez, dieron un golpe de Estado.

La posterior brevedad del gobierno de Rómulo Gallegos y la década de Junta Militar dejaron patente el infortunio de perder a Escalante en un contexto que parecía perfecto en comparación con la actual situación venezolana.

Edmundo se mantiene en carrera, pero los vasos comunicantes con el régimen no confirman que a primera vista él sea un hombre de consenso para ellos.

Sin embargo, dentro de la oposición sí lo es. En sus intervenciones siempre asegura estar dispuesto a dialogar desde su posición como ganador para iniciar una transición.

La transición que no vieron

Otro servidor público que estuvo en las altas esferas de la diplomacia global fue Diego Arria. Hace más de una década, hablaba de la necesidad de desmontar la tiranía de Hugo Chávez. Su visión fue tal que aquella fue su propuesta de precandidatura presidencial en 2012.

El expresidente del Consejo de Seguridad de la ONU describió perfectamente el panorama y lo que se tenía que hacer. En su caso, la fatalidad estuvo en un contexto político donde se escogió en primarias a un candidato más competitivo. Este no consideraba la necesidad de una transición para la elección de 2012, ni tuvo el coraje de defender los resultados electorales, que dijo le fueron favorables, en su segundo intento en 2013.

Arria se postuló como cabeza de un gobierno de transición de dos años y presentó esta propuesta en su libro «La Hora de la Verdad» (2012).

Más que precandidato, el también exgobernador de Caracas fue un visionario.

Allí definió el concepto de transición como un proceso crítico y necesario para la reconstrucción de Venezuela antes que cualquier ejercicio ejecutivo común y corriente.

Enfatizó en la necesidad de una transición política que enfrentara y rectificara las divisiones creadas entre venezolanos, la magnificación del Estado causada por el socialismo del XXI y el autoritarismo que ha secuestrado la alternatividad política de las últimas décadas.

Este proceso debe basarse, decía, en principios de justicia y rendición de cuentas, rechazando cualquier forma de impunidad. Aseguraba que la reconciliación y la reconstrucción del país solo pueden lograrse si se establece un Estado de derecho sólido.

Además, destacó el papel crucial de las Fuerzas Armadas en este proceso, proponiendo una redefinición de sus atribuciones y competencias para alinearlas con los principios democráticos y de respeto a los derechos humanos.

La transición, según Arria, no solo implica un cambio de gobierno, sino una transformación estructural que garantice un futuro estable.

En este caso, como diplomático de carrera, Edmundo González tendría la tarea de dejar las bases para una nueva estructura del Estado que asegure la prevalencia de la República para las próximas generaciones.

Cuenta con el momento adecuado, las razones para hacer cambios aprendidas a través de la brutalidad de la realidad, y la pericia diplomática que podría abrir las puertas a mayores consensos. Considerando las lecciones del pasado y el contexto favorable, Edmundo podría encarnar la redención histórica de los diplomáticos en transición.

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