En la columna anterior, intenté una aproximación argumental con respecto al docente ágrafo y los apocalipsis educativos, vaticinados por los profetas del desastre como una forma de proponer ‘soluciones’ soportadas en la abolición de los paradigmas del conocimiento, la interrupción histórica, el borrón y cuenta nueva pedagógico, con el propósito de edificar sobre tierra arrasada. Este docente ágrafo representará las más visibles y sentidas contradicciones en cuanto a la evolución de la historia de las ideas de la humanidad, la cual, puede ser cortada a tajos y seccionada en aislados registros a estimular un eterno recomienzo de la nada hacia la nada, representada por la improvisación y los sesgos ideológicos.
Así el docente ágrafo se convierte en una contradicción de las prácticas pedagógicas fundamentadas en la prosecución de los contenidos a administrar en el acto docente, a modo de escenario recíproco para comprender el mundo desde diferentes corrientes del pensamiento y su evolución a través de tiempos y espacios.
Al contrario, es un simple mediador entre el conocimiento y los estudiantes sin ningún aporte crítico o de aplicación práctica, sencillamente, todo conduce a una evaluación eminentemente cuantitativa y alentar la peligrosa y cuestionada educación del recaudo.
Ante estas circunstancias es pertinente recordar las palabras de Isaac Asimov sobre el culto a la ignorancia como principal perspectiva social, en tal sentido: “Existe un culto a la ignorancia y siempre lo ha habido. La tensión del anti-intelectualismo ha sido una amenaza constante haciéndose camino a través de nuestra vida política y cultural, nutrida por la falsa noción de que la democracia equivale a decir que “mi ignorancia es tan buena como tu saber”.
A más de ser una justificación de las discriminaciones y desafueros educativos producto de las prácticas gubernamentales, implica una educación analfabetizada bajo la preeminencia de docentes ágrafos y la intención de formar individuos para engrosar los rebaños de la obediencia y conformidad con las migajas colectivas a ser repartidas por los discursos del poder.
De esta manera, implementar modelos educativos para analfabetizar se ha convertido en una usual práctica pedagógica que, contradiciendo los principios elementales de ésta, crea sociedades ágrafas pero funcionales para los planes y estrategias de dominación de los discursos del poder en sus diferentes manifestaciones. Así, cuando se indaga sobre los resultados de planes y proyectos educativos, se revela la lastimosa situación en la cual un alto porcentaje de estudiantes no saben leer, ni escribir, ni efectuar cálculos lógico-matemáticos, pero las estadísticas de la educación del recaudo muestran robustas cifras que sirven para alentar las grandes campañas publicitarias a favor de determinada ideología que circunstancialmente ocupe el poder y aspire a perpetuarse en él.
Ante esta alarmante situación, el papel del docente es crucial para enfrentar la agraficidad que devora los nobles propósitos que debe conllevar el acto educativo en cuanto formación individual/colectiva sustentada en principios de equidad, tolerancia y resarcimiento de las sociedades en función de sus culturas primordiales y necesidades esenciales de la población.
Ello requiere de perspectivas filosófico-pedagógicas que permitan comprender y asimilar las cambiantes dimensiones cognoscentes de la humanidad a través de los procesos educativos y, por ende, en la formación de los futuros ciudadanos más allá del simple ejercicio de una profesión u oficio, sino con plena y decisiva integración a modo de agentes de cambio y transformación.
Aún más, en un mundo que cambia rápidamente, el papel del docente se ha transformado significativamente.
Ya no se trata solo de transmitir conocimientos, sino de ser un agente de cambio que inspire, motive y prepare a los estudiantes para enfrentar los desafíos del futuro. Este nuevo paradigma educativo define al "docente transformador", un educador que, con su enfoque innovador y comprometido, puede marcar la diferencia en la vida de sus estudiantes y en la sociedad.
Este docente transformador ya no es un simple puente entre el alumno y el conocimiento, sino quien propicia los escenarios para el debate, quien enseña a dudar como mecanismo de reflexión en medio de espacios para soñar y construir, el punto de encuentro de la HumanoCiencia para generar ciudadanos sensibles y con potenciales habilidades para transformar, redimir y construir en función de la equidad, resarcimiento y tolerancia.
Es el artesano que une los abismos entre razón y espíritu para mostrar otros horizontes muy alejados de las visiones apocalípticas del docente ágrafo.
El docente transformador hace coincidir en su práctica pedagógica, la razón y la sensibilidad a manera de amalgama indispensable para administrar contenidos programáticos centrados en el sujeto educativo, en el cual las fronteras se borran para cohabitar espacios de formación prolongables en la cotidianidad a modo de herramienta para la vida y la acción comunitaria.
Por ello, es capaz de integrar la tecnología a los procesos de aprendizaje más allá de la demonización o angelización, dentro de su aplicación y aprovechamiento del desarrollo integral del estudiante, no para estimular el desgano académico o legitimar el plagio como herramienta de evaluación, toda una ejecutoria antiética que de alguna manera hace de la deshonestidad una virtud en las actuales sociedades.
A cada momento el docente transformador debe ser guía y mentor de los procesos de comprensión/argumentación a partir del aprendizaje colaborativo, pensamiento crítico y la resolución de situaciones planteadas a través de la acción humana, y su incidencia en la generación de conocimiento a partir de la exploración, investigación y aprendizaje autónomo, a convertirse en una verdadera experiencia de vida y no un simple requisito para aprobar una asignatura o culminar determinada etapa del sistema educativo.
En atención a lo anterior, los docentes transformadores tienen el potencial de cambiar vidas. Inspirar y motivar a los estudiantes no solo a mejorar su rendimiento académico, sino también, fomentar el desarrollo de habilidades cruciales para la vida como la creatividad y la resiliencia.
Estos docentes ayudan a formar individuos hábiles y capaces para enfrentar los desafíos del mundo moderno, contribuir positivamente a la sociedad e, inculcar valores éticos y sociales que preparan para una ciudadanía responsable, comprometida con su entorno para una sociedad más equitativa.
A diferencia del docente ágrafo, el transformador es mucho más que un transmisor de conocimientos; es un líder, mentor y catalizador del cambio.
Su capacidad para adaptarse, innovar y comprometerse con el desarrollo integral de los estudiantes lo convierte en una figura esencial para el futuro de la educación. En un mundo que demanda cada vez más habilidades diversas y una formación integral, los docentes transformadores son la clave para preparar a las nuevas generaciones para enfrentar y superar los desafíos del siglo XXI.
El docente transformador encarna ideales filosóficos centrados en el sujeto y sus necesidades tanto cognoscentes como subjetivas, por lo que promueve un aprendizaje activo, participativo y crítico. En cambio, el docente ágrafo representa una visión más estática y limitada de la educación, donde el aprendizaje se reduce a la transmisión pasiva de información y simplemente apila recaudos para un cumplimiento meramente administrativo que desplaza la acción pedagógica como acción fundamental de todo proceso educativo.
En consecuencia, el contraste entre docente ágrafo y docente transformador, es un reflejo de los desafíos y oportunidades en la educación contemporánea. Mientras que el docente ágrafo representa una educación estancada y poco inspiradora, el docente transformador encarna la posibilidad de una educación dinámica, inclusiva y transformadora. Abordar este contraste inquietante requiere de un compromiso colectivo para mejorar la formación, el apoyo y el reconocimiento de los docentes, asegura que todos los estudiantes tengan acceso a una educación de calidad que los inspire y prepare para el futuro. Asimismo, el docente cuente con todas las condiciones y herramientas para cumplir a cabalidad con su función.
El Paraíso, julio, 2024
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