SER MAESTRO MÁS ALLÁ DE LAS CONTRADICCIONES

Quien no siga aprendiendo es indigno de enseñar.
Gastón Bachelard

Con el pasar del tiempo, existe un término que dentro de su popularización –banalización–ha dejado a un lado su esencia, para convertirse en una cotidiana designación de quien ejerce la docencia, sin reparar en las grandes diferencias que existen al momento de revisar las complejas implicaciones del acto docente. Indudablemente esto ocurre por la sistematización referencial de términos a través de su uso a irse adecuando a las prácticas discursivas hasta crear una particular etiología. Indudablemente, ello ha ocurrido con el término maestro, y su correspondencia significante en el campo educativo al circunscribirlo específicamente para quienes enseñan en los primeros niveles, trasladándolo al ejercicio de una profesión u oficio, para alejarlo de su real connotación.

En este sentido, es imprescindible indagar alrededor del acto docente para poder establecer algunas consideraciones sobre su ejercicio y correspondencia con los niveles de trascendencia, en un medio tan complejo que amerita de interpretaciones soportadas en la dimensión afectivo-subjetiva, e involucrar al sujeto más allá de la convencionalidad social o funcionabilidad institucional, para interrogarse sobre el rol a ejercer en función de la convicción personal y niveles de compromiso frente a la labor a desempeñar, que obviamente, desborda el simple cumplimiento de actividades académicas para ‘formar’ los ciudadanos que cumplan con los requerimientos y demandas socioproductivas.

Bajo esta perspectiva, los procesos educativos parecieran centrarse en tres perspectivas recurrentes: dirigir, desarrollar, perfeccionar, a través de las cuales, se manifiestan las intenciones veladas de someter, imponer, reglamentar. Todas ellas envueltas en un ambiente profundamente violento, pues la imposición es uno de los mecanismos a imperar en estos procesos, comenzando por los contenidos programáticos que obedecen a una correlación eminentemente verticalista que pretende la uniformidad del conocimiento direccionado sobre objetivos específicamente hacia el área productiva y sus conocidas variantes, hoy lideradas por el aspecto tecnológico a modo de progreso de la humanidad.

En función de la correlación programática específicamente verticalista, el estado docente es quien regula todas las actividades en el área, con un denodado interés ideologizante, induce a la progresiva implementación de los procesos de socialización a través de los instrumentos cognitivos y de moldeamiento de la conducta en función de un fin político determinado. Siendo la historia uno de los recursos más emblemáticos para esta ideologización, mediante el adoctrinamiento fundamentado en la abstracción de contenidos según los objetivos a obtener con esta práctica, convertida hoy día en toda una herramienta pedagógica de la dominación.

En consecuencia, los programas que forman parte de la estructura curricular, son los mediadores para la ejecución de las políticas educativas gubernamentales, allí están reflejadas las directrices básicas en cuanto contenidos a ser desarrollados bajo una uniformidad referencial a irse profundizando a medida que avanza la prosecución escolar, hasta llegarse a los niveles de especialización a nivel universitario en las diversas ramas del saber, siempre sujetas a la demanda originada por las estructuras económicas de determinada sociedad, pero siempre apuntando hacia el progreso y desarrollo material a manera de principio generador de proyectos y estrategias, que en la gran mayoría de casos, tiene como paradigmas las potencias mundiales, o más bien, son un reflejo determinante de la influencia de éstas sobre el resto de la humanidad. Aun cuando es necesario recalcar el planteamiento de estos programas con base en planteamientos ideológicos a hacerse prácticas políticas bajo la creación de puntos antagónicos a constituir la gran divergencia mundial generadora de conflictos.

En esa escala descendente, aparece la escuela a modo de escenario donde confluyen esa innegable universalidad cognoscitiva y los intereses específicos de las sociedades, para la implementación de los programas académicos según los encuadres y enfoques que respondan a la naturaleza básica de las mismas. Este espacio constituye la interacción de los sujetos en un entorno común imprescindible para el logro de los objetivos, y donde se muestra la eficacia de los instrumentos didácticos para hacer del acto docente, el hecho más significativo del proceso educativo.

Fuera de toda retórica exaltativa, en este acto, surge la posibilidad de dar giros sistemáticos a los programas impuestos por el Estado docente, interactuar más allá del área documental-cognoscitiva por medio de la dialéctica existencial que provea de los insumos para una enseñanza desde las particularidades de los sujetos y la esencia del entorno a manera de vínculo con la universalidad.

Al respecto, la espacialidad educativa no estará circunscrita simplemente a los espacios físicos, sino será parte integral de los sujetos intervinientes en el proceso, sustentantes de la tríada: docente-alumno-comunidad. Tríada esencial para poder determinar la eficacia de todo sistema educativo sin desvinculaciones o marginalizaciones de ningún tipo, en el cual, el sujeto educativo no sea sólo el docente o el alumno, sino el ente consciente de su potencialidad individual para el servicio a la comunidad, el escenario a convertirse en el complemento de la individualidad para forjar un sujeto con conciencia y arraigo comunitario, la trascendencia afectivo-subjetiva a modo de mecanismo de reconocimiento, práctica y acción en función de su correspondencia con el colectivo.

Precisamente en la convicción de ese sujeto educativo, es donde surgen las grandes diferencias entre docente y maestro, en la peculiaridad de enseñar bajo el convencimiento de un simple oficio o profesión, o, la convicción de ejercer un arte para el cultivo del Ser dimensionado en el sí mismo y el otro, a manera de complementariedad indispensable de formar para la vida, enseñar por medio de una filosofía de vida que a cada momento enriquezca la esencia existencial. En esta disyuntiva, surgen varias diferenciaciones que son definitivas al momento de establecer caracterizaciones, como por ejemplo, cuando quien ejerce la docencia es un simple mediador entre el alumno y el contenido a administrar en el proceso enseñanza-aprendizaje.

Esta peculiar manera de formar, establece una diferencia determinante entre los docentes comentadores y el verdadero maestro, al fundar el saber en correspondencia con el discípulo y sus necesidades existenciales, nunca desechando la dimensión íntima como punto de partida para ir en busca del conocimiento a partir de la interpretación de la argumentabilidad presentada por medio de diversas vías, no en su dócil acatamiento o el simple comentario sobre las palabras de otros, tal cual sucede en la tradicional glosa académica y su superficialidad argumental. Maestro es el que primero se convence de lo dicho para luego seducir al otro en la reflexión de lo presentado, ofrecerlo a modo de propuesta a discernir, no una verdad inamovible a ser repetida, pues el valor radica en el poder de la divergencia y el cuestionamiento.

Maestro es quien enseña a partir del testimonio y la entrega, ejerce el liderazgo ante la imposición, al enseñar con su acción los caminos a seguir: no ordena, señala alternativas alrededor de las cuales discernir es argumentar en función de la reflexión, es la respuesta al sometimiento de las dictaduras teóricas de los docentes que repiten sin cesar las cantinelas de los programas oficiales o sus particulares gustos por un autor o corriente del pensamiento.
Un verdadero maestro no estimula la repetición sobre la memoria de otros como perpetuación de referentes que subyuguen la reflexión creativa, por el contrario, postula la creatividad para valorar la esencia del sujeto sobre la determinación socializadora del colectivo, lo que incluye un implícito desafío a los cánones establecidos desde una autonómica forma de reflexionar ante las circunstancias.

Maestro es la figura a desplegarse en el tiempo sublime de las etapas más significativas de una persona, ese vínculo que siempre permite regresar a los lugares del reconocimiento y el concilio. Maestro, a más de corporeidad pedagógica, es el espíritu donde habita la fe y esperanza que hace ver el sentido trascendente de la vida más allá de las contradicciones.

HERCAMLUISJA@GMAIL.COM