JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ ENTRE FILOSOFÍA Y NOSTALGIA

El reconocimiento de la santidad a José Gregorio Hernández Cisneros por parte de la Iglesia Católica, ya es un hecho, institucionalmente ha sido elevado a los altares con todas las prerrogativas que ello implica. De esta forma se cumple uno de los sueños más anhelados del pueblo venezolano, quien lo ha reconocido siempre desde los predios de lo sagrado, ocurriendo a él para su intersección ante la divinidad en momentos de apremio y necesidad. De allí que ha sido una figura de profunda veneración popular, consustanciado con la cotidianidad y el diario convivir, lo que ha llevado a establecer una afinidad tan profunda y determinante entre su figura y un colectivo ansioso de redención. Desde esa particular perspectiva es posible argumentar sobre una consanguinidad que ha ido extendiéndose de generación en generación, más aún, cuando las circunstancias actuales apremian por la constitución de verdaderas alternativas fundadas en la fe y la esperanza de superar la pandemia representada por el COVID-19, la figura del beato José Gregorio Hernández Cisneros cobra dimensiones colosales como amparo y refugio ante las acechanzas de la muerte e incertidumbre. La extraordinaria condición de las manos que sanan y el espíritu bondadoso para servir al prójimo, hacen imprescindible su presencia en todos los lugares y rincones del mundo.

Por ello surge una inquietud sobre el día después de la beatificación, que nunca debe verse a modo de destino definitivo ni para él, ni para la feligresía. En todo caso es un verdadero reto el que hoy surge con la universalización de su figura a través de la vastísima audiencia de la Iglesia Católica. Ha llegado el momento de demostrar que los mensajes difundidos masivamente a través de diferentes medios no son simple retórica ceremonial o emotividades sujetas a una circunstancia determinada a claudicar con el paso del tiempo, o la aparición de egos que intenten apropiarse de su figura por aquello de la autoridad otorgada por una concepción errónea de la hegemonía del poder.
Sí, como han pregonado muchos de “todos somos José Gregorio”, pero ¿quiénes están dispuestos a ser como él?, no santos, porque esa es una condición de excepción que sólo seres como él pueden alcanzar, pero sí ‘hombres de bien’ entregados a una causa personal que implique el servicio al prójimo desde el específico oficio, labor, profesión o actividad que realice. En realidad, va a sellarse un compromiso de reflejarse plenamente en los designios de Dios por medio de la acción y no bajo el simple cumplimiento de una convencionalidad social, donde la cercanía a los predios divinos es ocasional y delimitada específicamente a los templos, cuando estamos hablando de un Ser que hizo de todos los espacios cotidianos el lugar para encontrarse permanentemente con Dios.

Porque indudablemente José Gregorio Hernández Cisneros hizo de lo ordinario: extraordinario, hizo de su vida una ejemplaridad inigualable en todos los sentidos para erguirse como figura rectora de la vida establecida a partir de la dignidad humana, la suya y la del otro en consustanciación con la voluntad de servir fundamentalmente a Dios, a ese Dios con el cual creó una alianza indisoluble que hace de todas sus acciones un prodigio místico que no debe ser desplazado por una equívoca concepción de que la Iglesia “hace santos”, no, los reconoce en función de sus virtudes, aunque en la práctica, la atención está centrada en los milagros. Pero además de ellos, la vida virtuosa de José Gregorio Hernández lo consolida como tal.Pues su concepción filosófica lo convierte en un hombre santo, potencialmente consciente de su rol espiritual dentro de los escenarios terrenales trascendidos en su acción humana hacia el encuentro consigo mismo y con la instancia para la cual siempre vivió y sirvió: Dios, a modo de acción práctica y devocional materializada en la gracia santificante, que fue el motor fundamental de su actuación en la vida ordinaria, por siempre sostuvo un trabajo de fidelidad y correspondencia con la Iglesia Católica como una prolongación de Dios y el medio para llegar a Él; y su conciencia de purificación y conversión interior para hacer suyos los principios cristianos.

Cumplió fehacientemente con la concepción que él mismo pregonaba sobre la santidad, cuando la definió como: “el esplendor del orden en el amor; y la justicia. Por la cual quiere que el orden esencial de las cosas sea conservado”. Sostenido por esa premisa siempre intentó morar los espacios en nombre de Dios para hacerse instancia consciente de su compromiso con él, su forma particular de llegar a Él a partir de una filosofía de la constancia y la voluntad, de saberse coheredero de la palabra del Creador para anteponerla ante toda acción y situación diaria, pero al mismo tiempo dignificar su cuerpo y espíritu como preparación previa para alcanzar los dones celestiales, luego de la “ansiada muerte” física y nacimiento para la eternidad.

De allí que percibió la realidad desde una filosofía del anhelo, soportada por un objetivo por demás exigente de una verdadera consagración a Dios desde todos los puntos de vista, venciendo de manera admirable las limitaciones humanas y aceptando con devoción y obediencia los designios de Dios, la gran voluntad redentora que lo condujo por los caminos de la bondad, caridad, santidad y superación de las necesidades corporales, donde el cuerpo es instrumento para sosegar el alma y prepararla para los encuentros con la divinidad. De esta manera lo entendió quien tuvo plena conciencia que no vivía para él sino para Dios, por lo que se esmeró en la vida austera y el sacrificio como forma de servirle. Y es que esa conciencia de servicio de José Gregorio Hernández es un hecho admirable de entrega y vocación que indudablemente es la razón fundamental que hoy lo sitúa en los altares de la Iglesia que tanto amó y veneró.

De esta forma, intento llamar la atención sobre una acción humana como causalidad mística y alejar todas las sombras fantásticas que pueden ceñirse sobre el beato, devenidas de consideraciones más producto de la especularidad que de la realidad a considerarse para poder apreciar la plenitud del proceso de conversión en la fe de José Gregorio Hernández Cisneros, cuya figura a partir de su beatificación entra en un complejo proceso de resignificación, sustentado fundamentalmente por los procesos iconográficos que han surgido por tal motivo. Además de las manifestaciones musicales en tributo a su vida y obra, publicaciones, eventos a través de los diferentes medios informativos y redes sociales, la fundación de una nueva iconografía juega un papel muy importante en este momento y para la futura progresión simbólica del beato.

Esta singular manifestación icónica merece una mirada desde la semiótica para advertir una serie de variables por demás importantes y significativas. Una de ellas, la variedad de imágenes que han ido surgiendo según la naturaleza de las instituciones u organismos públicos y privados promotores de estos instrumentos conmemorativos, que con el paso del tiempo tenderán a emblematizarse según sea su impacto y acendramiento en el colectivo. Imágenes que en su mayoría ya no cuentan con la isotopía caracterizadora de la figura del beato: el sombrero. En apariencia, un detalle inadvertido por muchos, o justificado bajo la concepción de: “ahora es santo” y los santos no usan sombrero, sino aureola.

Además de este rasgo diferenciante, la mayoría de las renovadas iconografías sobre el beato José Gregorio Hernández Cisneros guardan similitud con respecto a la amalgama de dos signos recurrentes para destacar la doble articulación de sentido en relación con el ejercicio médico (bata blanca, estetoscopio, medicamento, microscopio) y la convicción cristiana, generalmente simbolizada por un rosario. De allí que la imagen develada en el rito de la beatificación convalide esta referencia, aun cuando en ella el símbolo de la santidad está representada por una aureola. Ahora bien, la significación de esas imágenes soportadas por esa analogía médico-religiosa puede ser extendida bajo la conjunción de dos paradigmas en la acción del hombre que creyó en la HumanoCiencia como el fin y propósito fundamental de su vida.

Si de algo requieren los tiempos actuales, es de filosofías consustanciadas con el devenir cotidiano que abran oportunidades para transformar el presente en una riqueza de posibilidades para el futuro; en este sentido, José Gregorio Hernández Cisneros es uno de los más significativos puntos de referencia. Que su vida y obra sean base reflexiva para la fundación de procederes particulares orientados hacia el colectivo ávido de una nostalgia del absoluto, de los espacios de la trascendencia existencial. Así su palabra debe constituirse en el horizonte para buscar resguardo y aliento, sentirlo en la cercanía de un Ser de excepción que nos ha acompañado siempre desde su más infinita bondad, a quien hoy, más que nunca admiramos en una polifacética figura a ensancharse cada día y recordarnos que la santidad no es una simple institucionalización, sino un don devenido de la templanza propia de los Caballeros de la fe para gloria de Dios y redención de los hombres.

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