Érase siempre o la hechura de la palabra

Érase siempre es una metáfora a institucionalizarse en el Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (LISYL), de la Universidad de Los Andes-Venezuela, con el fin de rendir tributo a la creación imaginal latinoamericana en sus diversas acepciones, como una forma de honrar/retribuir académicamente a un principio identitario esencial en estos tiempos de pandemia y migración. Principio que fácilmente podemos denominar: identitario imaginal para diferenciarlo de todos aquellos intentos por dar una fisonomía argumental a Latinoamérica desde las perspectivas de la historia conmemorativa, las miradas objetivo-racionalistas o las precisiones ideológicas-estéticas que han caracterizado los senderos interpretativos sobre el continente mestizo.

Érase siempre, implica el constante enunciar a partir de la permanencia simbólica con cada lectura, la cohabitación referencial para evocar planos significantes más allá del sentido literal mediante la metatextualización a modo de operacionalidad semiótica, esa particularidad convocante de diferentes enfoques teórico-metodológicos para enriquecer las unidades de análisis a través de la conformación de un sincretismo argumental, donde los antagonismos complementarios forman parte fundamental de la dialéctica interpretativa. De allí la figuración de una consciencia semiótica a manera de reconocimiento de la potencialidad del símbolo como elemento vinculante entre: autor, texto, lector, contexto, o planos enunciativos que indistintamente pueden ser puntos de inicio o de llegada transitoria, pues siempre uno llevará al otro en la configuración de proyectos interpretativos.

En esta oportunidad, érase siempre convoca al escenario semiótico a la obra emblema del nobel colombiano Gabriel García Márquez. Desde esta perspectiva, Cien Años de Soledad genera interesantes argumentaciones distendidas en el cuadrante enunciado en el párrafo anterior para sugerir posibilidades de abordaje en función de la dimensión actancial, estructuración textual, universos simbólicos e interacciones imaginales. Cuatro bloques temáticos permiten a diversas isotopías develarse en su conjunción referencial para luego establecer una homologación semiótica basada en los antagonismos complementarios, fundada sobre posibilidades significantes asidas a férreos planteamientos, en los cuales, la originalidad es el insumo vital para la conformación de los textos argumentales.

Cada autor explora su proyecto interpretativo utilizando diversos recursos analíticos que permiten a la rigurosidad académica, hacerse un anchuroso horizonte de diversas estaciones para detenerse a contemplar la reasunción de la magia garciamarquiana en la prosa fresca, la agudeza crítica y la pasión por la palabra. Sobre todo, la pasión por la palabra, la más expedita vía para desbrozar la singular gramática imaginal de quien asumió la memoria y la nostalgia como centro generador de un mundo maravilloso y maravillado, que a cada instante reaparece cargado de novedosas significaciones, despertado por los artilugios de la lectura creadora.

Esa lectura a prodigar oportunidades para ingresar a las realidades textuales, desanda por los laberintos textuales y confluye en un punto de desembarco: Macondo, ese maravilloso puerto de singulares canales de navegación hacia un insospechado mar de la imaginación, donde, las certezas a cada momento abren los senderos de la imprevisibilidad, ese enigmático cortinaje a descorrerse para develar los espejismos donde se mira la realidad para mostrar sus diversas nociones, todas ellas, sostenidas por los planos enunciativos mediante los cuales, se planteen las lógicas de sentido a proponer por cada uno de los autores.

Alrededor de este recorrido argumental es posible transitar en función de la singularidad de cien años de soledad hacia la universalidad simbólica que crea una consanguinidad actancial, punto de embrague entre: autor, texto, lector, contexto, para vincularse por medio de una red intra e intersubjetiva que permite el establecimiento de lazos devenidos de una dialéctica profundamente patémica. De esta manera, los personajes de la obra de García Márquez, dejan de ser ‘entes de papel’ para convertirse en metáforas de lo radicalmente humano en busca de su esencia identitaria; la esencia devenida del sí mismo revelado mediante la magia de la creación imaginal que hace posible ‘mirar’ a partir del personaje figurado en la interioridad fundante de la humanidad. En este sentido los radicalismos locales desaparecen para dar paso a la universalidad patémica que supera cualquier límite o frontera, o más bien, hace de las fronteras, escenarios de la confluencia semiótica, tal es el caso de este libro.

Así, Úrsula Iguarán vence la individualidad textual para convertirse en representación simbólica del patriarcado, e ingresar a una andrógina posición interpretativa que rompe con la convencionalidad histórica al contravenirla desde los espacios de la ficción, ese mecanismo reafirmante de la realidad en su elementalidad complementaria. Al mismo tiempo, en este érase siempre cien años de soledad, la mujer es enfocada a partir de su reivindicación dentro de la construcción social a ser debatida en medio de la realidad ‘real’ y la contextualizada textualmente, para sostenerla en cuanto ideal que vence cualquier limitación ideológica para convertirse en arquetipo de la sensibilidad subversora de paradigmas establecidos.

Todo lo anterior corrobora la ya mencionada consanguinidad actancial que va de la singularidad a la universalidad, además de reafirmar uno de los elementos característicos del universo imaginal de García Márquez, como lo es la teatralización de la cotidianidad a modo de espejo para mirarse a través de la ficción. Esta transfiguración de lo cotidiano en mecanismo estético-argumental posibilita la transversalización de la memoria sustentada por la triada: historia, mito e intimidad, a modo de elemento correlativo del acontecimiento narrado con la realidad legitimante o contextualidad ‘real’. Para de esta forma, ir demarcando una particular juglaría a constituirse en esencia identitaria. En este aspecto, por medio de la música de acordeón surge la mayor raigambre de la nostalgia telúrica que acompasa el texto emblema garciamarquiano, descrito por su autor como “un vallenato de 350 páginas”. Ante una monumental obra transversalizada por diversas narrativas, los trabajos de este libro privilegian al Ser y su cotidianidad para partir del principio elemental de la intersubjetividad y sus relaciones significantes establecidas en la conjunción de lo ordinario a convertirse en extraordinario, o esencia narrativa para transfigurar personajes, acontecimientos y circunstancialidades domésticas, en un intrincado laberinto simbólico a configurar mundos posibles sostenidos por autonómicas lógicas de sentido que posibilitan el salto de la referencialidad memorística a la universalidad patémica.

De esta manera, la cotidianidad se hace arcilla a constituirse en la más grande certeza latinoamericana, en ella descansan los pilares fundantes de una historia del hombre mirándose en los espejos de la ficción, en los cuales, la inverosimilitud conduce por los caminos de la utopía primordial. En este trayecto enunciativo, las configuraciones intersubjetivas van anudándose unas a otras para develar el ‘continuum dimensional’ que permite reconstruir la historia narrada siguiendo las rutas sensibles a ser demarcadas por la dialéctica actancial, dimensionada en controversiales personajes que enriquecen las estructuras referenciales con la especificidad particular a homologarse en torno a la familia Buendía y dentro de las fronteras ilimitadas de Macondo. Allí precisamente surge la consanguinidad a prolongarse en el lector y los contextos a modo de vínculo indisoluble para la materialización de la incausalidad, o ente rector de la figuración simbólica. Incausalidad que permite revertir las finitudes previstas en la llamada realidad real y prolongar: acciones, acontecimientos, personajes y referencialidades más allá de las dimensiones narrativas, al convocar la transtextualidad a manera de recurso de reconstrucción argumental.

En este vencimiento de la finitud, la muerte en Cien años de Soledad celebra la vida prolongada en los sincretismos simbólicos para apelar a la memoria salvífica, e intentar construir rutas de navegación que permitan establecer los necesarios espacios de intercambio referencial para el reencuentro de los agentes intervinientes en el proceso interpretativo, en el cual, todos van a fundirse en la cotidianidad imaginal que invade todos los escenarios para reivindicar los procesos estéticos fundamentados en las dimensiones de quien escribe, entendida esta escritura como un acto siempre inconcluso a irse redimensionando con cada lectura, a cada momento cuando la palabra descorra los cortinajes de la invención, bajo el conjuro de: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Toda esta cotidianidad imaginal, es amparada por un escenario de singular cadencia patémica: la casa. Ese lugar de trasiego que vence los anclajes físicos y temporales para hacerse parte de la errancia de los personajes, adosarse a esa consanguinidad simbólica e intentar metaforizar la indispensable presencia femenina desdoblada en múltiples aristas referenciales. De esta forma, todos los senderos en apariencia bifurcados, coinciden en este libro alrededor de un autor, del texto a hacerse colectivo en la práctica discursiva, y los contextos a multiplicarse en la acción humana orientada hacia el encuentro consuetudinario del Ser consigo mismo a través de la hechura de mundos representados por la palabra transfigurada en creación.

Érase siempre... es el momento de convocar autores, textos, lectores, contextos para mirarnos en nuestras realidades sin los artilugios de la cultura del espectáculo o los ensordecedores cantos de sirena de las sociedades mercantilizadas. Es el momento del silencio ensordecedor de la lectura creativa para escuchar la voz de la cotidianidad imaginal, y con ella, poder sentirnos humanos seres regocijados en una memoria colectiva confeccionada con disimiles retazos para exhibir la más fascinante textura significante. Poder decir, Érase siempre Latinoamérica...

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